viernes, 2 de mayo de 2008

IN MEMORIAM


Un día como hoy, hace doscientos años, la multitud congregada frente al Palacio Real trató de impedir la salida del Infante Francisco de Paula. Murat, Gobernador de Madrid, envió un batallón de granaderos de la Guardia Imperial que disparó contra los madrileños. La lucha se extendió por toda la ciudad, prendiendo la llama que iniciaría la Guerra de la Independencia.
La Iglesia no manifestó repulsa alguna contra el invasor. Tampoco la Nobleza, por no hablar de la Corona y los bochornosos sucesos de Bayona. Fue el pueblo de Madrid quien se reveló contra la tiranía y la arrogancia francesa para quien, los españoles, no éramos más que palurdos y analfabetos.
El pueblo español es el corazón de España, un corazón que, en ocasiones, se ha dejado llevar por el odio cainíta pero que cuando se sabe herido, se levanta contra quien pretende desangrarle, ya sean almohades, almorávides o franceses, demostrando un valor y un coraje que para sí lo quisieran nuestros enemigos. El pueblo español tomó conciencia de sí hace mil trescientos años, en las montañas de Asturias, y desde entonces, este corazón ha latido en Las Naves de Tolosa, en Lepanto, en Trafalgar, en las hambrunas, en las pandemias y en un Imperio donde no se ponía el sol.

Da lo mismo que tengamos una Ministra de Defensa que no cree en la unidad de nuestra nación y que grita ¡ Viva España ¡ como si estuviese diciendo “las tres y cuarto”. Da lo mismo que Ibarreche haga un referéndum y que el Constitucional acepte “diablo de Tasmania” como animal de compañía. Me importa un comino. Me da lo mismo porque mi sangre también fue derramada en Principe Pío, la misma sangre de los que acompañaron a Pizarro y a Hernán Cortés, de los que resistieron heroicamente en Baler y de los que tuvieron que partir de Sefarad hace quinientos años. Por eso sé, que aunque transformen España en un estado federal, aunque prohíban la lengua que nació con las glosas emilianenses y que hoy en día condiciona el pensamiento de cuatrocientos millones de personas, aunque pretendan entregar Ceuta y Melilla a Marruecos, mi sangre, nuestra sangre, sigue latiendo en el corazón del pueblo español y cuando este corazón sienta de nuevo que está herido, se levantará contra el agresor y detendrá la hemorragia que pretende acabar con su latido.
Y lo hará porque se lo debe a Daoiz y a Velarde, a los mil asesinados por ETA, y a todos aquellos que han dado su vida por España. Vengan pues los mamelucos, que el corazón de España sigue latiendo.