sábado, 1 de septiembre de 2007

EUSKO-PEDIGRÍ

En todas las cadenas de televisión se emiten programas de un formato parecido: una caterva de machos y hembras (decir señoras y señores sería irrisorio) son contratados para explicar sus experiencias sexuales con algún torero o futbolista, vivo o difunto, en medio de un torrente de descalificaciones, insultos e improperios. Viendo el pelaje de estos personajes es comprensible que hablen de sus aparatos genito-urinarios, porque para debatir sobre la desamortización de Mendizábal o sobre el sistema público de salud, se requiere un léxico de más de cincuenta vocablos y un cociente intelectual superior a doce. No es el caso.
Los famosos de toda la vida, los artistas de pedigrí, de telón o de corchea, no se relacionan con la recua de pelandruscas ordinarias que tratan de demostrar que sus hijos lo son también de Julio Iglesias. Muchos malviven de los cuatro duros que les quedan de la última película en la que trabajaron pero jamás aparecerán en televisión hablando de su vida privada o luciendo tórax en el papel couché.
Pero los caminos del Señor son inescrutables y en ocasiones, algún productor televisivo, agradecido por los servicios prestados o pensando quizás que griego y francés son idiomas, contrata a una de estas criaturas como tertuliana en algún programa y la chica en cuestión pasa de vivir en Getafe y trabajar los fines de semana en la Casa de Campo a ganar una pasta gansa y a convertirse en una estrella mediática. En este nivel es fácil coincidir con los actores y actrices consagrados, con cantantes de treinta años de carrera en las laringes, incluso con escritores y políticos. ¿Qué ocurre entonces? Sencillamente que los artistas de postín no se limitan a despreciar a la ordinaria de turno, sino que la ignoran. Probablemente la famosilla en cuestión gana más por programa que muchos actores por película pero jamás será como ellos, jamás entrara a formar parte de su círculo ni compartirá experiencias, prestigio o respeto. Y la famosilla, por muy boba que sea, lo sabe y sino, se lo harán saber.
Básicamente es lo mismo que ocurre en el País Vasco. Muchos de los hijos y nietos de los que se trasladaron de Andalucía, Galicia o Castilla a las Vascongadas en los años cincuenta, sesenta y setenta para trabajar en el tejido industrial vasco son ahora convencidos nacionalistas vascos. Son más vascos que nadie y para demostrarlo envían a sus hijos a la ikastola, a clases de chistu y de danzas vascas y les dicen que ellos son Ama y Aita, y les ponen nombres absolutamente vascos como Aitor o Naiara, nombres espantosos que cuando van seguidos de un Borreguero o del clásico González, dan ganas de pegar al niño. Muchos apellidados Quintana, García o Velasco son ahora Kintana, Gartzia y Belasko pero lo realmente gracioso del tema es que por mucho que modifiquen sus nombres y apellidos, por mucho que voten al PNV o a HB, por mucho que se despidan con un “agur” o que se beban al día tres botellas de chacolí, nunca serán considerados vascos por los otros vascos; los que se consideran miembros de una raza que nada tiene que ver con las demás, los que hablan una lengua que no pertenece a ninguna familia lingüística. Vamos, los del RH negativo. Así que cuando las luces de neón se apaguen y los Karlos y las Ánjeles hayan contribuido a inclinar la balanza de las urnas (aunque esto no tiene mucha dificultad con 250.000 vascos en el exilio), los de los ocho apellidos vascos, los que creen que Franco violó a sus abuelas y Fernando el Católico a sus tatarabuelas, les van a recordar que no son más que “maketos” y van a sentirse tan despreciados y denostados que ser de Villanueva de la Serena les va a parecer un lujo asiático.

1 comentario:

Juan Luis Álvarez dijo...

La perdida de la memoria es algo muy relativo: cuando lo tiene un abuelo se llama enfermedad, sin embargo, si aún eres joven, es que ya no vives engañado