lunes, 30 de abril de 2007

GUERNICA (II parte)


Que un enano mental mesiánico como Sabino Arana creyera que Dios le había elegido para redimir al pueblo vasco de su agónico cautiverio es un hecho aislado sin importancia. Que miles de personas sigan identificándose con su doctrina es terrible pero que a lo largo de los años nadie haya sido capaz de acabar con este despropósito es inaudito. ¿De qué nos avergonzamos los españoles? ¿Por qué permitimos que cualquier pazguato manipule la memoria de nuestra historia, tachándonos de sanguinarios, crueles, fascistas y genocidas y respondamos, no sólo con el silencio sino, muchas veces con la aceptación de tales dislates? Quizás creemos que los ejércitos de Napoleón se dedicaban a repartir cereales y ganado por los pueblos de Europa, que los colonos que se instalaron en el Oeste americano se parecían a Kevin Costner en “Bailando con lobos”o que los ingleses establecieron una alianza de civilizaciones con los habitantes del Indostán durante la época colonial. A lo mejor, los turistas españoles que visitan El Louvre en Paris piensan que “La Victoria de Salmotracia”, “La Venus de Milo” o las columnas egipcias allí expuestas son regalos de Estados miembros de la Unión Europea al pueblo francés.
Nos avergonzamos de nuestro himno, de nuestra bandera. Vayan a Estados Unidos y verán como muchas personas ondean una bandera de su país en la fachada o el jardín de su casa por no mencionar que cuando escuchan su himno nacional, se levantan y se llevan la mano al corazón.
Pero en realidad, nosotros vamos camino de eso. Vamos camino de celebrar el día que a Sabino Arana le salió el primer diente de leche; de conmemorar la Primera Comunión de Bravo, Maldonado y Padilla, ahora convertidos en independentistas castellanos; la menarquia de Agustina de Aragón que a este paso se va a convertir en la inventora de la “kale borroka”; de juzgar a los espíritus de Hernán Cortés, Pizarro y Orellana por genocidio o de localizar los restos de Boabdil el Chico para obtener su ADN, y una vez ante su “doble”, pedirle disculpas y entregarle el Reino de Granada que con tan malas artes le fue arrebatado por los Reyes Católicos.
España no existe. No ha existido nunca. Fue un invento de los Reyes Católicos mejorado por Franco pero ha llegado el momento de acabar con él. Nos sirve cualquier fórmula: un estado federal, confederado o un reino de taifas. Que cada región, comarca o pueblo del Estado Español reivindique lo que le fue arrebatado. Que sigan leyendo “El Quijote” en Pekín, Berlín o Varsovia que nosotros empezaremos a leer “Kuentos dun lavriego asturianu i sus bakes lokes”.
Qué tiempos en los que nos reíamos de que los universitarios estadounidenses no supieran situar Vietnam en un mapamundi o creyeran que España era una provincia de México. Pues que pregunten a un niño español por donde pasa el Tajo, donde nace el Duero o donde se ubica el Sistema Penibético y verán que no tiene ni puñetera idea. Eso sí, si es aplicado sabrá que el pico más alto de su Comunidad Autónoma es el Cerro de los Cuernibizcos, de 87 metros de altitud y desde cuya cumbre se puede uno deleitar con la visión del Arroyo de los Meaos, en cuyas aguas se cría la única trucha murciana con denominación de origen. Una joya gastronómica.

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